En este lugar donde la distancia
de la ciudad emprende el camino al aire puro y a la libertad, en la cima de los
deseos se encuentra ella, en la oscuridad, tan solo con aquella pintura
brillante en las paredes que plasma el arte grandioso de aquellos locos creativos
que han visitado este lugar, donde da cabida, quizás, al toque erótico de la
noche y a la curiosidad de saber cómo estará su acompañante, pero, aún estaba
sola, danzando junto a ese “clock”, “clock” que movía las manecillas del reloj
una y otra vez, sin nada, sin nadie, sin ninguna respuesta a las señales de
humo que salían constantemente de sus fogosos labios color canela.
De repente un brillo deslumbró
mis ojos, no podía distinguir bien quién era, pasó a mi lado, era una mujer que
entraba al lugar, inmediatamente causó en mí todo tipo de curiosidad, era muy
elegante, su vestido color negro y radiante la envolvía con el brillo de la
luna que se podía apreciar desde la ventana del bar, su cabello oxigenado de
rubio y sus detalladas marcas de expresión delataban que no era una mujer joven y eso fue
lo que más me impactó, yo solo pensaba hacia donde iría, pero solo sus dos
piernas pálidas eran la brújula que la acercaban más y más a las señales de
humo que salían de aquella habitación.
Yo quería saber que pasaba y de
inmediato le dije a mi acompañante que buscáramos otra mesa, nos ubicamos mucho
más central. Las podía observar sentadas en ese sillón acolchonado, con sus piernas entrecruzadas, mirándose fijamente
una a la otra con sus ojos coquetos, pidieron un coctel y empezaron a
conversar, yo observaba cómo estas mujeres arrastraban como un imán las miradas
de todos los hombres a su alrededor, incluyendo mi acompañante, que no dejaba
de mirarlas un minuto.
Era una noche fría y sus escotes
profundos obligaron a sus cuerpos a juntarse cada vez más, mientras sus manos
inquietas y atrevidas se condujeron libremente
por el recorrido de sus cuerpos. Se acariciaban con sutileza y deseo en la
oscuridad, a medida que sus apetitosos labios desnudos manifestaban todos sus
anhelos, sin imaginar, iban dejando a su alrededor las huellas del clímax de lo
prohibido.
Son las once y cinco de la noche
y una de ellas se para de la mesa, la más joven se queda en el sillón, y observé, al parecer la rubia iba hacia el baño,
esperé un momento y fui detrás, cuando entré estaba allí frente a ese juez
cristalino que odia tanto a las “feas” y
admira a las “bellas”, estaba retocándose, su maquillaje escurridizo no dejaba de caer, la corriente de tristeza que fluía de sus ojos
hacia todas sus líneas de expresión era muchísimo más fuerte.
Ella salió del baño, yo esperé un
momento para no despertar sospecha, al llegar a la mesa observo algo extraño, dos
hombres mayores estaban sentados a su
lado, ellas muy sonrientes aceptan un brindis por parte de estos sujetos. Al
terminarlo uno de ellos le agarra el trasero a la más joven y la invita a salir
de este lugar, ella acepta, iluminada cada vez menos por ese brillo de luna, se
va alejando, pero de inmediato saca un cigarro, lo prende y con
sus fogosos labios color canela, hace un
suspiro, dejando traspasar por la ventana del bar las señales de humo que danzan
envueltas en el sonido del “clock”, “clock”.
Leidy Lan
buena historia y la imagen adecuada
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