Tres escalones y una acera lo separaban de un paradero de buses. Bastante
accesible el transporte para llegar o salir del lugar. Adentro, se respiraba un aire de tranquilidad a
pesar del agite y los múltiples
sitios que lo rodean, y digo tranquilo porque a diferencia de muchos otros
lugares frecuentados, este no era uno de esos donde una vez que estas adentro
tus tímpanos comienzan a colapsar y si se trata de un momento para compartir
con otras personas, tienes que acostumbrar la noche al dialogo en alaridos o
simplemente leer los labios de los demás. No, este siquiera no era uno de esos.
Eran las nueve y treinta de la noche cuando ya estaba acomodándome en la
mesa de madera con velita central, por suerte no nos tocó sentar en esas sillas
incómodas y duras de cuatro patas y espaldar. La mesa de nosotras tenía un sofá
blanco de cuero, bastante cómodo para disfrutar. Como aún era temprano, muchas
de las mesas todavía se veían vacías. Sin embargo, a nuestro lado derecho ya
teníamos una parejita; un hombre bastante alto, de treinta y cinco años
aproximadamente, tenía en la mesa un vaso con un trago, pero todavía no podía
descifrar que era lo que estaba tomando. Más adelante cuando volviera a
servirle la mesera, de pronto lo iba a saber. El llevaba unos jeans azules, una
camiseta de rayas azules y blancas y unos zapatos oscuros. La mujer quien se
encontraba tomando una cerveza Pilsen en vaso de cristal tenía una blusa
blanca, unos jeans y unas sandalias blancas también. El cabello era negro y
largo. Esta pareja tenía algo particular; eran muy callados, no hablaban, se la
pasaban mirando los videos de las dos pantallas que tenía el bar. Lo más
curioso era que los videos como en muchos otros establecimientos, no
correspondían a la música que estaba sonando. Mientras escuchábamos música pop y rock, en las pantallas
mostraban el video de “gata salvaje” o “taxi de Ricardo Arjona”. Y la pareja
disfrutaba viendo esto.
Ya en el otro extremo, el izquierdo, teníamos otra pareja, y que bien lo
dije: era el otro extremo. Llegó la mesera con dos cervezas para ellos, pero
estas eran Club Colombia. La pareja lucia muy cariñosa, era la señal de que
estaban comenzando relación. La mujer muy bonita y bien arreglada; un cabello
liso y muy cepillado, un pantalón negro y una blusa roja, bastante llamativa.
El hombre, con una sonrisa para ella todo el tiempo, llevaba su camisa por
dentro y estaba bien peinado.
Diagonal a nosotras se encontraban los dos cantantes; jóvenes y
agradables, o por lo menos cantaban bueno. Uno de ellos, el de la guitarra,
tenía ropa oscura y el cabello largo pero recogido. El otro, Daniel, tenía una
camisa Azul clara, un blue jean y el cabello corto. Estos tenían al frente su
grupo de amigos haciéndoles barra cuando finalizaban las canciones, y entre
todos ellos un hombre algo misterioso. Pero no es todavía el momento de hablar
de él.
Nosotras estábamos tomando dos cocteles que vimos en la carta de tres lados,
color naranja. El coctel de ella era color azul, bastante dulcecito, y el mío
era rojo, un poco más cítrico. Pero por favor no me pidan los nombres. Eran
bastante raros y los olvidamos. Además me puse a hacer un rápido scanner por
todas las mesas del lugar y noté que en casi todas tenían solo cervezas, y las
dos meseras jovencitas, solo pasaban con la bandeja llena de cervezas. Solo
había una que la tenían encargada de repartir crispetas y crispetas.
Cuando terminamos el coctel, pedimos de nuevo la carta para pedir otra
cosa porque toda la noche no íbamos a pasar tomando cocteles de diez mil pesos
cada uno. Entonces nos decidimos por media de guaro tapa azul. Entiéndase por
guaro tapa azul aquel que no tiene azúcar y no es tan fuerte.
Ya había pasado más de una hora y la pareja del lado derecho seguía con
los vasos vacíos, el de la cerveza y el
del trago que no sabía que era. Lo raro era que no llamaban la mesera.
Parecía que no tuvieran más dinero para seguir bebiendo algo. También seguían
callados, no murmuraban, no se miraban. Parecían momias mirando las pantallas.
Y si miraba para el otro lado, la otra pareja si se dedicaba tiempo; tiempo
para besos, miradas y caricias. Para ellos no existía nadie más en ese lugar.
En el café- bar no podía faltar el grupo de amigos extranjeros. En esta
mesa sí que había una buena combinación. Una mujer negra vestida de pantalón
blanco y blusa negra, un hombre rubio, muy alto en compañía de una mujer
oriental, con el cabello liso, de ojos rasgados y estatura baja y otras dos
amigas de contextura gruesa. Todos tomando cerveza y hablando sobre su viaje en
Colombia.
A la media noche ya el lugar estaba lleno, por fin la pareja del lado
llamó la mesera y ésta llegó con otra Pilsen y un Ron. Esto era lo que estaba
tomando el hombre sin palabras. Dos rones en toda la noche.
Pero bueno hubo un momento donde no me quise centrar en mirar tanto la
gente que me rodeaba sino el lugar. El lugar se nota que fue una casa que
adecuaron para el bar, porque hasta patio tiene todavía. El techo es azul rey
con lámparas naranjadas, por eso la luz es tan tenue. Las paredes son todas
diferentes, algunas son amarillas y otras un poco rústicas y de ladrillo. Para
mí ya es normal encontrar en muchos lugares como en este, adornos o luces de
navidad, no estando precisamente en navidad. Las mesas son todas diferentes,
redondas, cuadradas, bajitas y altas. No podía faltar la fila de mujeres para
entrar al baño, pero claro con tanta cerveza en el lugar, se llega el momento
de expulsar. Aunque la fila la hacen así sea para mirarse en el espejo.
Una mujer que no lograba ver bien desde mi mesa se para al baño e
inmediatamente el hombre que la acompaña aprovecha su ausencia para llamar por
celular y se sale del bar. La novia se devuelve y no lo encuentra en la mesa.
Comienza a mirar para todos los lados y no lo ve, se toma un trago y finalmente
el hombre llega asustado y ella con cara de treinta y ocho le pregunta que
donde estaba, el comienza a abrazarla y ella lo rechaza. Él le saca el celular
y ella comienza a mirárselo, lo que no sabe es que el borró la última llamada.
La mujer se calma y él le habla al oído. Ella le sonríe.
Eran las doce y quince cuando la pareja del lado derecho se cansa de
mirar las pantallas, cancelan la cuanta y se van.
Mientras mi amiga y yo disfrutamos de la música, un hombre que acompaña
los cantantes desde una mesa diagonal a la nuestra, no hacia otra cosa que
mirar. Lo que no podíamos saber era a quien miraba. El hombre usaba lentes, el
cabello era un poco largo, llevaba ropa oscura y una chaqueta. Tenía pinta de
inspector, era algo raro. En un momento vimos que la mesera llegó a la mesa de
los extranjeros, que a propósito ya solo quedaban tres mujeres de esa mesa, con
2 cocteles. La mesera les dijo que era de parte del hombre de la esquina. Para
nosotras fue muy raro porque ellas eran tres y solo les regaló a dos, además
estaban tomando cerveza y él les envió los cocteles que nosotras inicialmente
pedimos. El hombre volvió a llamar la mesera y le dijo que se había equivocado
porque los cocteles eran para nosotras, entonces llegó con otros dos, mientras
las tres mujeres reventaban de la risa.
Nosotras comenzamos a tomar los cocteles, pero a decir verdad fue una
mala decisión haber mezclado porque la maluquera al otro día fue una cosa
terrible. Cuando le vimos intenciones al hombre de acercarse a nosotras,
decidimos pagar la cuenta y salir del lugar.
Afuera estaba el paradero, no con buses por la hora, sino con taxis.
Abordamos uno y dijimos adiós al café – bar.
LAURA MORENO GAVIRIA
bien me gusta, es buena la manera de redactar, revisa pequeños detalles, y listo
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