sábado, 18 de febrero de 2012

SENCILLAMENTE TENÍA MALPARIDEZ CÓSMICA.


SENCILLAMENTE TENÍA MALPARIDEZ CÓSMICA.

La idea era salir a un bar a gastar un rato de la noche, pero estando cansada de la cuidad y después de haber llegado de una semana larga y bulliciosa no quería seguir en lo mismo, por eso no  fui a un bar; no tenía ganas de subir una larga y cansona falda y quizás la molestia de mis nauseas mentales producidas por mi malpadirez cósmica  no daba para sentarme en aquel lugar a escuchar música y con dificultad para poder hablar.

Mejor decidí ir a  un café, quizás a algunos no les parece rara mi decisión, pues como su nombre lo dice: hay CAFÉ CAFÉ CAFÉ, y donde vendan CAFÉ y algunos productos derivados me tienen allí, si por mi fuera unas 24 horas al día, comiendo o  tomando, caliente o  frio, en pocillo o en copa, duro o blandito. Ese día el sitio  tenia algo particular,  sonaba pura música de los  60´s, eso a mi no me desagrada para nada, prefiero eso a un “nuevo sonido” que a mi parecer es muy estruendoso.

 En este lugar en las primeras horas de la noche hay grupos de amig@s, señoras en su típico chismoseo, una que otra familia comiendo helado mientras ven a sus niños jugar en el deslizadero y puentes que tienen al lado izquierdo y viendo como el sol se esconde en las montañas más cercanas. Noté  que a la gente le gusta este lugar porque de allí se pueden divisar  todas las parejitas que, sin pensar en más posibilidades de diversión, suben a la “zona rosa” y se sientan  a saludar y  hablar con las mismas amistades de la semana (no se como esto no les resulta monótono); entre las nueve y treinta o diez de la noche se empieza a sentir un ruido, no sé si llamarlo juvenil; empiezan a pasar como en una especie de zigzag todos los jóvenes  de los  colegios que deben llegar a su casa antes de las diez o el próximo fin de semana no podrán “callejear”.

Entré al café, hacia mucho frio, pero el lugar con esa luz tenue  se veía muy acogedor, la  calle estaba bulliciosa y sucia como siempre, yo quería sentarme en un sofá para estar mas cómoda; el sofá blanco está ocupado así que mi hermana y yo no tuvimos más opción que sentarnos en el sofá marrón, que queda en toda la mitad del bar; el sofá está cómodamente blandito, la mesita a la altura de las rodillas tenia forma de “L” e inmediatamente lo relacione con un caballo de ajedrez. Cuando me senté lo primero que vi fue dos señoras cincuentonas, de esas que no aceptan la ley de la gravedad y se fajan del cuello a las rodillas, yo cuando veo eso no puedo respirar; ellas no tenían nada sobre su mesa, al parecer llevaban buen rato ahí, hablando quizás de Juliana que resulto en embarazo de su novio de dos meses o de Doña Rebeca que últimamente se ha comprado ropa muy bonita y les da envidia. 

El sofá blanco en el cual no nos pudimos sentar, estaba ocupado por un hombre mayor con chaqueta de cuero negra, pantalón azul clarito y unos zapatos talla 44 de punta cuadrada, a él lo acompañan  dos jóvenes de bonitas sonrisas, con camisetas anchas de mangas caídas y sus pantalones bota tubo (muy parecidas las dos al vestir); la verdad quiero pensar que son sus sobrinas porque el “man” parecía Gay. Las chicas estaban impactadas por algunas imágenes que él les mostraba desde su celular, soltaban una que otra carcajada, que se notaba que no salía de adentro; ellos no iban por un café cosa que a mi me alegro,             ¡mas café para mí!, pidieron Wraps y cuando la mesera, muy joven por cierto y de aspecto un poco dejado, se los llevó se pasaron para una mesa más alta para poderlos disfrutar más cómodamente. Se quedaron callados mientras comían, terminaron y pagaron sin que nada fuera de lo común pasara en ellos, mire  hacia el balcón de el café donde estaban un hombre y una mujer comiendo ensalada de frutas, la chica tenia unas chanclas muy altas y era de pelo corto y oscuro, al hombre yo solo le veía la espalda con las rayas blancas y rosadas de su camisa, tenían afán de comer su ensalada, no la degustaron en lo mas mínimo, se pararon de la mesa y èl paga la cuenta, ella le da un beso en la mejilla y él la coge por la cintura, salen de este sitio, los dos parecen guardar un secreto, en los ojos de ella se ve angustia pero en los de él se ve plenitud, caminan media cuadra, se sientan en la acera de una calle oscura, él toma su mano y deciden entrar a un edificio; a ella le tiemblan sus pies y a veces su actitud al caminar da la apariencia de que fuera a cambiar de decisión, el hombre cierra la puerta de las escalas con gran fuerza y mi pensamiento que los acompañaba quedó afuera….

Carmen Julieth Quintero Hoyos 

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