sábado, 18 de febrero de 2012

copetes y blackberrys


Copetes y BlackBerrys

Alejandro Monsalve Ayala

En medio de la bella y despejada noche, envueltas en pocas ropas y abrazadas por una brisa fresca, entran en aquel lugar dos lindas mujeres, acompañándose la una a la otra; eligen una mesa cerca de la salida pues al interior el calor es algo sofocante. El lugar es amplio y algo oscuro,con buena cantidad de mesas, unas 15 aproximadamente y, aunque la mayoría de ellas no están ocupadas, el ambiente es cálido, festivo, se respira tranquilidad, amistad y romanticismo.

Al lado izquierdo de las dos mujeres hay un grupo de amigas, unen dos mesas y beben algo juntas, son muchas, y a grito herido cantan al unísono “Hijo de ramera” de Manolo Galván y en sus rostros  y la potencia de sus voces  se ve reflejado el sentimiento que suscita en ellas esta canción, parece que el mismísimo Manolo Galván se hubiera inspirado en estas damiselas para escribir la letra de este éxito romántico- trágico. Al lado derecho de las lindas mujeres, hay otro grupo de personas, esta vez hombres y mujeres jóvenes, muy jóvenes para estar disfrutando de este tipo de lugar. Sentí alivio al ver este grupito de amigos pues en algún momento pensé que era un lugar exclusivo para mujeres y alcancé a sentirme como el mosco en la leche pero,  por fortuna,  el clima cálido y festivo, sumado a la emotividad y risas de los allí reunidos, hizo que tanto yo como mi acompañante nos sintiéramos bien y comenzáramos a disfrutar, al igual que los demás,  de los aguardientes con naranja como pasante, las rondas interminables de crispetas, la picada de zanahoria y las letras melancólicas de Miguel Gallardo sonando de fondo.

La maldita primavera fue el detonador  del alboroto masivo, la algarabía y el grito estruendoso que simulaba cantar se hizo uno solo en todo el lugar, hasta los vecinos debieron unirse a este coro sublime de amantes de la plancha; lo que me resultó extraño y llamativo fue ver a las dos chicas de la entrada, tan distintas aparentemente, unidas con el resto en una entrega sentimental que me parecía completamente misteriosa. A partir de ese momento este par de chicas se convirtieron en mi punto focal, yo, desde mi posición debía resolver por qué estas dos mujeres prefirieron un bar donde la decoración es hecha con icopor pintado con vinilos fluorescentes formando toda suerte de notas musicales y, para añadir, por todo el lugar los artistas te miran con sus copetes Alf, los pomelos ruborizados y unas vestimentas que causan risa de solo verlas. Al mirarlas sólo me imaginaba lo bien que debían bailar reguetón y como esos cuerpos tan esbeltos, esas miradas y esos labios, podían despertar los radares de todos los chayannes de discoteca robándose la atención de cualquier lugar que pisaran, pero contradictoriamente estaban en un sitio que contrastaba con mi imaginación y de solo pensarlo una duda inmensa socavaba en mí- ¿Qué hacen dos niñas solas, muy lindas, jóvenes, chateando en sus BlackBerry, tomando cerveza, cantando con la multitud y con sus mejores pintas de rumba, que hacen en un lugar como en el que nos encontrábamos?

Mi acompañante trataba de sacarme de mi letardo y propuso un brindis por los buenos tiempos, yo por supuesto estuve de acuerdo con ella y de un solo trago dejé la copa vacía, pero ni por un solo momento deje de mirar a aquellas chicas que despertaban mi curiosidad. Por mi cabeza rondaban miles de hipótesis al respecto: a lo mejor eran amantes de los video en pantalla gigante, pero al verlas distraídas conversando y enviando mensajes por sus bebes,  esta idea se desvaneció. También pensé que de pronto estaban esperando a alguien más, pero nunca llegó nadie que las acompañara. A lo mejor ya están cansadas de rumbiar, del regueton y de los chayannes que las rodean con desesperación por seducirlas, pero es viernes, así que tampoco cuadra teniendo en cuenta que yo sólo puedo imaginarlas en ese tipo de reuniones sociales. Quizá les guste la cerveza de este sitio, pero no tiene ningún sentido pues la cerveza es la misma en cualquier parte. Por último pensé que no estaban allí para disfrutar de la música y del decorado sino que se estaban escondiendo de alguien, claro, ahora si todo se vuelve más evidente.

Luego de varios tragos más y algunas palabras distraídas con mi acompañante, empecé a sacar mis conclusiones: primero, las delata su desespero por mirar su celular y luego a la calle, era tan frecuente esta acción en una de ellas que me dejó claro que esta chica de ojos verdes y perfecto cuerpo era la que se estaba escondiendo, mientras la otra como buena amiga la está acompañando en su fuga. Como segundo, logré darme cuenta que su misión era esconderse porque nunca se pararon de sus sillas y solo pidieron una ronda de cerveza que no terminaron de tomarse, lo que indica que no estaban allí por diversión. ¿De quién se está escondiendo? Esa era ahora mi gran duda.

Después de un rato que trascurrió sin ninguna eventualidad, volví a fijarme en las chicas buscando un final para mi incertidumbre, pero mi duda se volvía cada vez más grande; ahora quería saber quiénes eran, sus nombres y porque decidieron entrar a esconderse en un lugar como este, aunque esto último es un poco obvio pues quien buscaría a dos chicas hermosas y discotequeras en un bar de música romántica. Ya con algunos tragos haciendo efectos en mi ser y al ver a mi acompañante conversando con el bartender decidí que debía ir hasta ellas y preguntarles- ¿pero cómo hacerlo?- no estamos en una discoteca donde te acercas y la invitas a bailar, por este motivo me detuve a pensar un poco más en como entablar una conversación sin quedar como un acosador enloquecido. El tiempo pasaba y la botella bajaba, mi acompañante ya era parte del cardumen cantautor que entonaba las melodías de Camilo Sesto y Miriam Hernández, di gracias a Dios que no sonara “mal hombre” porque el descontrol femenino volvería a poseer todo el lugar y me sacarían de mi profunda concentración.

Me descuidé por un rato, comí naranjas y zanahoria, arrasé con las crispetas  y tomé otra copa, volví mi mirada a la mesa del medio donde deberían estar las dos lindas mujeres, pero ya no estaban. Desesperadamente alargué mi cuello y comencé a mirar para todas partes, me paré y fui hasta el baño, abrí lentamente la cortina de bolitas pero allí solo había un trapero y un balde; regresé a mi mesa y le pregunté a mi acompañante si había visto salir a las dos chicas y ella un poco aturdida por los tragos y feliz con sus canciones, me respondió que esa mesa nunca fue ocupada. Esta boba se emborrachó, pensé, y me dirigí hasta el bartender y le pregunté lo mismo, para mi sorpresa recibí la misma respuesta. Apenado volví a mi mesa, tomé un trago más y pedí “la última Canción” de Nilton Cesar y en medio de mi decepción me dije esa hermosa frase que todos alguna vez pronunciamos: no vuelvo a beber.

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