Copetes y BlackBerrys
Alejandro Monsalve Ayala
En medio de la bella y despejada noche, envueltas en pocas
ropas y abrazadas por una brisa fresca, entran en aquel lugar dos lindas
mujeres, acompañándose la una a la otra; eligen una mesa cerca de la salida
pues al interior el calor es algo sofocante. El lugar es amplio y algo oscuro,con
buena cantidad de mesas, unas 15 aproximadamente y, aunque la mayoría de ellas
no están ocupadas, el ambiente es cálido, festivo, se respira tranquilidad,
amistad y romanticismo.
Al lado izquierdo de las dos mujeres hay un grupo de amigas, unen
dos mesas y beben algo juntas, son muchas, y a grito herido cantan al unísono
“Hijo de ramera” de Manolo Galván y en sus rostros y la potencia de sus voces se ve reflejado el sentimiento que suscita en
ellas esta canción, parece que el mismísimo Manolo Galván se hubiera inspirado
en estas damiselas para escribir la letra de este éxito romántico- trágico. Al
lado derecho de las lindas mujeres, hay otro grupo de personas, esta vez
hombres y mujeres jóvenes, muy jóvenes para estar disfrutando de este tipo de
lugar. Sentí alivio al ver este grupito de amigos pues en algún momento pensé
que era un lugar exclusivo para mujeres y alcancé a sentirme como el mosco en
la leche pero, por fortuna, el clima cálido y festivo, sumado a la
emotividad y risas de los allí reunidos, hizo que tanto yo como mi acompañante
nos sintiéramos bien y comenzáramos a disfrutar, al igual que los demás, de los aguardientes con naranja como pasante,
las rondas interminables de crispetas, la picada de zanahoria y las letras
melancólicas de Miguel Gallardo sonando de fondo.
La maldita primavera fue el detonador del alboroto masivo, la algarabía y el grito
estruendoso que simulaba cantar se hizo uno solo en todo el lugar, hasta los
vecinos debieron unirse a este coro sublime de amantes de la plancha; lo que me
resultó extraño y llamativo fue ver a las dos chicas de la entrada, tan
distintas aparentemente, unidas con el resto en una entrega sentimental que me parecía
completamente misteriosa. A partir de ese momento este par de chicas se
convirtieron en mi punto focal, yo, desde mi posición debía resolver por qué
estas dos mujeres prefirieron un bar donde la decoración es hecha con icopor pintado
con vinilos fluorescentes formando toda suerte de notas musicales y, para
añadir, por todo el lugar los artistas te miran con sus copetes Alf, los pomelos
ruborizados y unas vestimentas que causan risa de solo verlas. Al mirarlas sólo
me imaginaba lo bien que debían bailar reguetón y como esos cuerpos tan
esbeltos, esas miradas y esos labios, podían despertar los radares de todos los
chayannes de discoteca robándose la atención de cualquier lugar que pisaran,
pero contradictoriamente estaban en un sitio que contrastaba con mi imaginación
y de solo pensarlo una duda inmensa socavaba en mí- ¿Qué hacen dos niñas solas,
muy lindas, jóvenes, chateando en sus BlackBerry, tomando cerveza, cantando con
la multitud y con sus mejores pintas de rumba, que hacen en un lugar como en el
que nos encontrábamos?
Mi acompañante trataba de sacarme de mi letardo y propuso un
brindis por los buenos tiempos, yo por supuesto estuve de acuerdo con ella y de
un solo trago dejé la copa vacía, pero ni por un solo momento deje de mirar a
aquellas chicas que despertaban mi curiosidad. Por mi cabeza rondaban miles de
hipótesis al respecto: a lo mejor eran amantes de los video en pantalla
gigante, pero al verlas distraídas conversando y enviando mensajes por sus
bebes, esta idea se desvaneció. También
pensé que de pronto estaban esperando a alguien más, pero nunca llegó nadie que
las acompañara. A lo mejor ya están cansadas de rumbiar, del regueton y de los
chayannes que las rodean con desesperación por seducirlas, pero es viernes, así
que tampoco cuadra teniendo en cuenta que yo sólo puedo imaginarlas en ese tipo
de reuniones sociales. Quizá les guste la cerveza de este sitio, pero no tiene
ningún sentido pues la cerveza es la misma en cualquier parte. Por último pensé
que no estaban allí para disfrutar de la música y del decorado sino que se
estaban escondiendo de alguien, claro, ahora si todo se vuelve más evidente.
Luego de varios tragos más y algunas palabras distraídas con
mi acompañante, empecé a sacar mis conclusiones: primero, las delata su
desespero por mirar su celular y luego a la calle, era tan frecuente esta
acción en una de ellas que me dejó claro que esta chica de ojos verdes y
perfecto cuerpo era la que se estaba escondiendo, mientras la otra como buena
amiga la está acompañando en su fuga. Como segundo, logré darme cuenta que su
misión era esconderse porque nunca se pararon de sus sillas y solo pidieron una
ronda de cerveza que no terminaron de tomarse, lo que indica que no estaban
allí por diversión. ¿De quién se está escondiendo? Esa era ahora mi gran duda.
Después de un rato que trascurrió sin ninguna eventualidad,
volví a fijarme en las chicas buscando un final para mi incertidumbre, pero mi
duda se volvía cada vez más grande; ahora quería saber quiénes eran, sus
nombres y porque decidieron entrar a esconderse en un lugar como este, aunque
esto último es un poco obvio pues quien buscaría a dos chicas hermosas y
discotequeras en un bar de música romántica. Ya con algunos tragos haciendo
efectos en mi ser y al ver a mi acompañante conversando con el bartender decidí
que debía ir hasta ellas y preguntarles- ¿pero cómo hacerlo?- no estamos en una
discoteca donde te acercas y la invitas a bailar, por este motivo me detuve a
pensar un poco más en como entablar una conversación sin quedar como un
acosador enloquecido. El tiempo pasaba y la botella bajaba, mi acompañante ya
era parte del cardumen cantautor que entonaba las melodías de Camilo Sesto y
Miriam Hernández, di gracias a Dios que no sonara “mal hombre” porque el
descontrol femenino volvería a poseer todo el lugar y me sacarían de mi
profunda concentración.
Me descuidé por un rato, comí naranjas y zanahoria, arrasé
con las crispetas y tomé otra copa,
volví mi mirada a la mesa del medio donde deberían estar las dos lindas mujeres,
pero ya no estaban. Desesperadamente alargué mi cuello y comencé a mirar para
todas partes, me paré y fui hasta el baño, abrí lentamente la cortina de
bolitas pero allí solo había un trapero y un balde; regresé a mi mesa y le
pregunté a mi acompañante si había visto salir a las dos chicas y ella un poco
aturdida por los tragos y feliz con sus canciones, me respondió que esa mesa
nunca fue ocupada. Esta boba se emborrachó, pensé, y me dirigí hasta el bartender
y le pregunté lo mismo, para mi sorpresa recibí la misma respuesta. Apenado
volví a mi mesa, tomé un trago más y pedí “la última Canción” de Nilton Cesar y
en medio de mi decepción me dije esa hermosa frase que todos alguna vez
pronunciamos: no vuelvo a beber.
super revisa la redacción y averigua qué significa "La maldita primavera"
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